28 años, 10 meses y 6 días y contando…

Mi yo de seis años,

28 años, 10 meses y 6 días—ese es el tiempo que ha pasado desde que saliste de Colombia rumbo a los Estados Unidos.

Después de años intentando encontrar un grupo de amigos que te aceptara como eres, ¡por fin lo logras! Y se siente genial! Salidas después de la iglesia, campamentos,, viajes divertidos—todo te hace sentir incluida y querida. Llega el momento de despedirte, tus amigos organizan una fiesta de despedida y tú no quieres que el día termine. ¿Cómo puedes guardar los recuerdos grabados en tu corazón para siempre?

Sacas un cuaderno en blanco y todos escriben sus mejores deseos. Te dicen que nunca cambies. Te expresan la gran amiga que has sido y te piden que nunca los olvides. Al leer esas palabras ahora, te imaginas estar allá en ese momento. Recuerdas que alguien te dijo que te vería en 30 años—ojalá ya casados y con hijos. Inmediatamente respondes ¡Cómo se te ocurre! ¡Vuelvo en un año!. ¿Habrá sido profeta? Porque el próximo año se cumplen 30 años desde tu partida sin regreso, ¿cómo puede ser esto? 3 décadas de tu vida en un país que ya se convirtió en el tuyo—pero que te niega la posibilidad de legalizar tu estatus.

Te encuentras en un nuevo país, una nueva cultura, y lamentas no haber prestado más atención en la clase de inglés. Durante los primeros años, solo pensabas en el día de tu regreso. Cuando cumplas 18, te ​​decías a ti misma. Entonces serías mayor de edad, tomando todas las decisiones en tu vida. ¡Pero no! Así no funciona en las familias latinas—al menos no en la mía.

Ha llegado un nuevo año escolar. Solo habían pasado un par de meses desde que llegaste y habías logrado aprender algunas palabras en inglés, pero no lo suficiente como para mantener una conversación. El primer día, caminaste a la escuela con tu hermano y se sentaron en la oficina todo el día, sin saber qué hacer ni cómo matricularse. Los trabajadores entraban y salían y a nadie le importaba averiguar por qué dos estudiantes estaban sentados allí.

Al día siguiente, llevaron almuerzo para no morirse de hambre. Después del almuerzo, el rector debió preguntarse, ¿Por qué están aquí esos dos estudiantes otra vez?. Se acercó, pero no entendían ni una palabra de lo que decía. Les hizo señas para que lo siguieran a la cafetería—con la intención de comprarles almuerzo. Intentaban decirle desesperadamente que ya habían comido cuando se dieron cuenta que él estaba parado en medio de la cafetería, gritando para ver si alguien hablaba español. Mientras la vergüenza inundaba sus rostros, se miraron y pensaron: ¡Jamás volveremos a esta escuela!

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