Te veo

A mi yo de seis años…
Te veo. Veo el dolor que llevas, demasiado pesado para tu alma de niña. La vida no ha sido justa contigo. Tu corazón inocente no aguanta más heridas; te abruma e inunda de oscuridad y crees que nadie te ve.


Tomas un pocillo, lo llenas con lo que pondrá fin a tu corta existencia. Te lo tomas y lo pasas con miedo, pero con una profunda esperanza. Pronto todo terminará.

Te veo, pequeña. A medida que creces, en lugar del dolor en tus ojos, otros ven indiferencia, mal genio, tal vez tristeza. ¿Pero de qué podría estar triste? Piensan que es una ingrata.

Cariño, no puedo decir que la vida será fácil para ti. Ojalá pudiera decirte que este será el único dolor que encontrarás, pero no lo es. Te felicito por ser tan valiente y fiel a ti misma, mientras intentabas que todo desapareciera. Sigues adelante, creciendo y disfrutando de la vida, sin darte cuenta del daño causado.

La vida familiar no es fácil; los castigos severos y las reglas estrictas te hacen sentir que nunca estarás a la altura de sus expectativas. A los doce años, piensas que es demasiado para llevar, te rindes. La oscuridad envuelve tu mente y crees que es la única salida. Pero fallas una vez más, y no tienes más opción que levantarte y seguir adelante.


Una vez más te enfrentas a lo que parece una tragedia. Un nuevo país, una nueva cultura, un nuevo idioma. Te ves obligada a dejarlo todo atrás sin opción ni voz. Sin embargo, sigues siendo optimista, ya planeando un regreso que nunca llegará. Tu nueva vida está por delante, pero solo ves la ilusión de volver a casa; estás deseando que todo vuelva a ser como antes. Pero todo se desvanece con el paso de los días y las semanas. Los meses se convierten en años, todo quedó atrás.


Mi pequeña, todos los que te conocen ahora y conocen solo una pequeña parte de tu historia te dicen lo fuerte que eres y a veces desearías que no lo hicieran. Te dan ganas de gritar, tuve que aprender a ser fuerte a los seis años porque un muchacho al que le pagaban para cuidarme se aprovechó de mí, y estaba sola, sin nadie que me rescatara. Tuve que ser fuerte en un mundo donde tenía miedo de hablar y tenía que cargar con todo yo sola.


Mi yo de seis años, aunque no puedo prometerte un futuro brillante por delante, ni que tu vida resultará como la planeaste o soñaste, pero sí te puedo decir que nunca estuviste sola. Aún no lo crees, pero eres extremadamente especial. Dios te creó y te conoció antes que nadie. Eres elegida y separada por Él. Y crecerás para ser una mujer excepcional que, a pesar de los continuos e inminentes ataques de tu feroz enemigo, se mantendrá firme y nunca se rendirá. Conocerás el propósito de tu vida y es por la fe en que Dios cumplirá ese propósito, que vencerás el mal que lastimó tu alma inocente.

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